En un verano marcado por el aumento de los precios de los viajes y las restricciones económicas, una tendencia sorprendente y reveladora está tomando fuerza en las calles de España: la persistente y creciente cultura del consumo de alcohol, especialmente en las clases populares. A pesar de las dificultades económicas y de un cambio en las costumbres sociales, el verano sigue siendo un momento en el que muchos españoles optan por refugiarse en los cubatas y las bebidas alcohólicas, dejando atrás las tradicionales escapadas y vacaciones.
Este fenómeno, que puede parecer contradictorio en un contexto donde el dinero escasea y las nuevas generaciones parecen alejarse del consumo excesivo, revela una resistencia cultural y social que merece ser analizada en profundidad. En barrios como Carabanchel, en Madrid, la escena es clara: en las terrazas de los bares de Opañel, la cantidad de cubatas (whisky-cola, gin-tonic) supera con creces a los refrescos y, en muchos casos, incluso a los dobles y tintos de verano más modestos. La imagen resulta impactante: en una ciudad que debería estar vacía por la temporada estival, las calles y terrazas permanecen llenas, vibrantes, y en ellas, el alcohol se convierte en protagonista.
Lo que resulta aún más llamativo es que, en un momento en el que el alcohol se ha empezado a problematizar en la sociedad, en el que las campañas de salud advierten sobre los riesgos del consumo excesivo y en el que las nuevas generaciones parecen dar la espalda a la bebida, el verano sigue siendo un paréntesis de resistencia alcohólica. La cultura del cubata, en particular, se ha consolidado como una forma de socialización, de escape y de reafirmación de identidad en un contexto de crisis económica y cambios sociales profundos.
cabe destacar, que esta realidad no solo refleja una tendencia de consumo, sino también una forma de resistencia cultural. La elección de beber en verano, en lugar de viajar o gastar en otros placeres, puede interpretarse como una manera de mantener vivas ciertas tradiciones y de crear espacios de convivencia en tiempos difíciles. La terraza de un bar en Opañel, con su bullicio y su aroma a alcohol, se convierte en un escenario donde las clases populares reivindican su derecho a disfrutar, a resistir y a mantenerse unidos frente a las adversidades.
Además, esta tendencia plantea interrogantes sobre el futuro del consumo y la percepción social del alcohol en España. ¿Seguirá siendo el verano un momento de resistencia alcohólica? ¿Qué papel jugará esta cultura en la construcción de identidades sociales y en la respuesta a las crisis económicas? La realidad es que, a pesar de los cambios y las advertencias, el espíritu de resistencia se manifiesta en cada cubata levantado en las terrazas de Madrid, en las calles de Barcelona o en los pueblos de Andalucía.
En definitiva, esta situación invita a reflexionar sobre cómo las costumbres sociales evolucionan y cómo, en medio de las dificultades, las tradiciones pueden adaptarse y mantenerse vivas. La cultura del alcohol en verano, lejos de ser solo un acto de consumo, se revela como un acto de resistencia, una forma de afirmar la identidad y de encontrar en la bebida un refugio ante las incertidumbres del presente.
Es por esto, que verano, mientras muchos ahorran para viajar o disfrutan de otros placeres, en las calles de España, el alcohol sigue siendo protagonista. Una resistencia silenciosa que merece ser observada, analizada y entendida en toda su complejidad. Porque, al fin y al cabo, en medio de la crisis, el espíritu de resistencia también se bebe en un cubata bien preparado.
Con información de elconfidencial.com
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