Los disfraces más icónicos vuelven a marcar el ritmo del Sorteo de Navidad 2025

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Sorteo de navidad 2025

Bajo una lluvia de aplausos y un despliegue de creatividad que desafía cualquier protocolo, los disfraces más icónicos de la tradición popular han vuelto a marcar el pulso del Teatro Real, convirtiendo la apertura de puertas en el inicio de un ritual visual sin parangón. Aunque el acceso oficial fue a las 8:00 de la mañana, la historia de este sorteo comenzó mucho antes. Desde hace varios días, las inmediaciones de la Plaza de Oriente se han convertido en un campamento de ilusión donde cientos de personas han desafiado el frío de la capital para asegurar su butaca en el patio de luces. Hoy, ese esfuerzo ha florecido en un espectáculo de color y esperanza.

Como cada año, el Sorteo Extraordinario de Navidad no es solo una cita con el azar, sino una exhibición de la cultura popular española. El patio de butacas ha ofrecido una estampa única: obispos repartiendo bendiciones de papel, curas que rezan a los bombos de oro, varios Papá Noel que han adelantado su llegada y personajes de lo más variopinto, desde extintores humanos hasta cestas de Navidad vivientes. Para muchos de los asistentes, el disfraz no es solo una broma, sino un amuleto imprescindible para atraer la mirada de la Diosa Fortuna.

Esta mezcla de fe y humor es lo que convierte al Sorteo de Navidad en un evento único en el mundo, donde la tensión de los números cantados por los niños de San Ildefonso se rompe constantemente con los vítores y aplausos de un público entregado.

La jornada ha repartido un total de 2.520 millones de euros en premios. Mientras los bombos giran, el Teatro Real late con el sonido de las bolas de madera cayendo sobre la mesa, un ritmo que solo se ve interrumpido por el estallido de júbilo cada vez que sale un premio mayor.

Este 2025, la tradición se mantiene más viva que nunca. Más allá de los millones, lo que se celebra hoy en Madrid es el inicio oficial de las fiestas, un momento de unión donde, por unas horas, todos los asistentes —ya vistan de calle o de árbol de Navidad— comparten el mismo sueño: que el «Gordo» se acuerde de ellos.