11-S: Otro año de luto por las 2.977 vidas ejecutadas por el terror

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Fotografía de archivo del Memorial del 11S. EFE/John Taggart

Han pasado 24 años desde aquella mañana en que el cielo de Manhattan se tiñó de humo y cenizas, pero las cifras siguen siendo un puñetazo al estómago: 2.977 personas murieron en los atentados del 11 de septiembre de 2001, según las estimaciones oficiales del gobierno estadounidense y la Comisión del 11-S.

De ellas, 2.753 perecieron en el colapso de las Torres Gemelas del World Trade Center, 184 en el impacto contra el Pentágono y 40 en el vuelo 93 de United Airlines, que se estrelló en un campo de Pensilvania tras la heroica resistencia de sus pasajeros.

No se incluyen los 19 terroristas de Al Qaeda, pero sí el saldo de un día que redefinió el terror global. Éstas no son solo estadísticas, son nombres grabados en los paneles del National September 11 Memorial & Museum, un oasis de agua y silencio en el corazón de Ground Zero.

El peso invisible de los rescatados

El verdadero horror persiste en los sobrevivientes, fantasmas que caminan entre nosotros cargando un peso invisible. Will Jimeno, un agente del Departamento de Policía de Nueva York que, atrapado bajo escombros durante 13 horas, vio morir a compañeros y sintió la tierra temblar como un juicio final. «Sobrevivir fue solo el principio», confesó en una entrevista reciente. Jimeno, como otros miles, padece cáncer y trastorno de estrés postraumático (TEPT), secuelas de esa nube apocalíptica que cubrió la isla.

Hoy, el Fondo de Compensación para Víctimas del 11-S ha registrado más de 6.781 muertes adicionales por enfermedades relacionadas con la exposición a contaminantes –cánceres, problemas respiratorios, neuropatías–, superando el doble de las víctimas iniciales. Sobrevivientes como Wendy Lanski, que escapó del piso 104 de la Torre Sur, describen noches en vela donde el estruendo de los impactos regresa como un eco sordo. «Me tatué ‘sobreviviente’ en el tobillo para recordarme que sigo aquí, pero la culpa de haber salido cuando otros no lo hicieron me persigue», relata. O Bruno Dellinger, el ingeniero francés que bajó 78 pisos en medio del caos: «Debí morir 50 veces ese día».

En estos 24 años, los sobrevivientes han tejido redes de apoyo –como el 9/11 Tribute Museum– para sanar colectivamente. Pero su lucha diaria nos recuerda que el 11-S no terminó en 2001; sigue cobrando vidas y almas. Como periodista que cubrió los rescates en vivo, sé que el duelo no prescribe: es una herida abierta que Nueva York, y el mundo, deben seguir honrando.